Una economía que depende de una renta para su funcionamiento es
intrínsecamente vulnerable, particularmente si esa renta la determinan
variables externas sobre las cuales se tiene poco o ningún control. Ese
es el caso de la economía venezolana, que está a merced de su ingreso
petrolero, el cual, a su vez, depende del comportamiento del precio
internacional de los hidrocarburos, variable por demás volátil y sobre
la que tenemos muy poca, o ninguna capacidad de influencia.
Cuando
los precios están debilitados sufrimos recesión o estancamiento, y
cuando se recuperan crecemos como producto de las políticas de expansión
de gasto público, mecanismo a través del cual se inyectan a la economía
los recursos petroleros adicionales, generando una situación de bonanza
que llega a su fin cuando los precios vuelven a caer. Con la finalidad
de romper ese círculo vicioso se hace indispensable la creación de
fondos de estabilización macroeconómica, con el fin de ahorrar parte de
los cuantiosos ingresos de los buenos años petroleros, para así contar
con recursos que compensen la caída de la renta en los años de menores
precios. Incluso, durante los últimos tiempos hemos aprendido que para
lograr mantener tasas de crecimiento aceptables se requiere que los
precios de exportación aumenten sostenidamente, ya que su
estabilización, aun cuando sea a altos niveles, impide que la renta siga
elevándose, condición necesaria, mas no suficiente, para que la
economía continúe creciendo.
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